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Hijo mío, no te olvides de mis enseñanzas; más bien, guarda en tu corazón mis mandamientos, porque prolongarán tu vida muchos años y te traerá prosperidad. Que nunca te abandonen el amor y la verdad: llévalos siempre alrededor de tu cuello y escríbelos en el libro de tu corazón. Contarás con el favor de Dios y tendrás buena fama entre la gente.
En el taller más extraño y sublime conocido, se reunieron los grandes arquitectos, los afamados carpinteros y los mejores obreros celestiales que debían fabricar al padre perfecto:
-”Debe ser fuerte”, comentó uno.
-”También, debe ser dulce”, comentó otro experto.
-”Debe tener firmeza y mansedumbre: tiene que saber dar buenos consejos”.
-”Debe ser justo en momentos decisivos, alegre y comprensivo en los momentos tiernos”.
-”¿Cómo es posible -interrogó un obrero- poner tal cantidad de cosas en un solo cuerpo?.”
-”Es fácil”, contestó el ingeniero. “Solo tenemos que crear un hombre con la fuerza del hierro y que tenga corazón de caramelo”.
Todos rieron ante la ocurrencia y se escuchó una voz (era el Maestro, dueño del taller del cielo):
-”Veo que al fin comienzan” -comentó sonriendo- “No es fácil la tarea, es cierto, pero no es imposible si ponen interés y amor en ello”.
Y tomando en sus manos un puñado de tierra, comenzó a darle forma.
-”¿Tierra?”- Preguntó sorprendido uno de los arquitectos-’ “¡ Pensé que lo fabricaríamos de mármol, o marfil o piedras preciosas!.
-”Este material es necesario para que sea humilde”-le contesto el Maestro- Y extendiendo su mano sacó oro de las estrellas y lo añadió a la masa.
-”Esto es para que en las pruebas brille y se mantenga firme”.
Agregó a todo aquello amor, sabiduría. Le dio forma, le sopló de su aliento y cobró vida, pero… faltaba algo, pues en su pecho le quedaba un hueco.
-”¿Y qué pondrás ahí?” -preguntó uno de los obreros-.
Y abriendo su propio pecho, y ante los ojos asombrados de aquellos arquitectos, sacó su corazón, y le arrancó un pedazo, y lo puso en el centro de aquel hueco. Dos lágrimas salieron de sus ojos mientras volvía a su lugar su corazón ensangrentado.
-“¿Por qué has hecho tal cosa?” -le interrogó un ángel obrero- y aún sangrando, le contestó el Maestro:
-“Esto hará que me busque en momentos de angustia, que sea justo y recto, que perdone y corrija con paciencia, y sobre todo, que esté dispuesto aún al sacrificio por los suyos y que dirija a sus hijos con su ejemplo, porque al final de su largo trabajo, cuando haya terminado su tarea de padre allá en la tierra, regresará hasta mí. Y satisfecho por su buena labor, yo le daré un lugar aquí en mi reino”.
Que Dios nos dé la sabiduría, la fuerza, la congruencia y el amor para dar lo mejor de nosotros a nuestros hijos.
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