Creo que educar es “ayudar a ser”.
Creo que vale la pena seguir luchando, trabajando y esperando.
Creo que debo vivir mi “quehacer” de educador como misión y no como mera profesión.
Creo que debo prepararme para suscitar valores e ideales, con mi presencia, con la entrega de mi tiempo y con una real proximidad a compañeros de trabajo, representantes y alumnos.
Creo de verdad que el protagonista de la educación es el alumno, no el libro ni método, el programa o el profesor.
Creo que no se puede ser educador si no se profesa en humanidad, en exigencia personal, y en responsabilidad ética.
Creo que debo crear en la escuela y en el aula, un ambiente de amistad que le permita al alumno no sólo su propio descubrimiento y el de sus posibilidades y límites, sino sobre todo la aceptación de sí mismo.
Creo que los alumnos necesitan del reconocimiento y el elogio gratuito tanto como de las notas y calificaciones.
Creo que la primera prioridad es aprender a vivir y esto requiere de otras cosas aparte del estudio.
Creo que en cada alumno hay un hombre que puja por nacer y que mi tarea consiste en favorecer ese parto.
Creo en el modelo del maestro perfecto: Cristo.
Creo que todo hombre, también el niño, es más sagrado que un templo, porque es el VERDADERO TEMPLO DE DIOS.
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