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Hay un momento en la adolescencia en que todo parece perdido aunque nada en realidad se ha perdido. La vida duele y no se es de ningún lugar ni se pertenece a ninguna persona, institución o moral. Se sueña con el príncipe, la princesa, el actor de moda, la cantante guapísima que nos canta al oído, el concurso, el viaje, el maestro o la maestra que vendrán a salvarnos y a reconocernos. Se cuestiona la religión, los roles sociales, la sexualidad. Se teme el futuro y se anhela el futuro y se desconoce el papel que se asumirá en ese mundo que se aproxima. Se camina en puntas de pie para ver el paisaje como lo veremos cuando termine nuestro crecimiento. Se ensayan peinados y cortes de cabello, posturas para fumar o echarse los cabellos hacia atrás. Se exprimen en la soledad del cuarto de baño las primeras espinillas. Se ríe sin motivo aparente. Se es torpe, desgarbado, irregular y hasta desconcertante en las respuestas e interrelaciones. Se escriben poesías o canciones, o se empieza un “Diario”, o se leen manuales de hipnotismo y trucos de magia, fotonovelas o historias del deporte. Se reconoce el cuerpo y hay quien se avergonzará del cuerpo. Se goza la brisa de la cara al pedalear la bicicleta, la velocidad en patines o en el coche de los amigos o de los padres o de los hermanos mayores, la sensación de los músculos al hacer ejercicio, el sudor corriendo por la cara, los pasos de baile. Se disfrutan también los primeros cigarros y las primeras borracheras, el primer baile, el primer beso, las primeras peleas, la curiosidad sexual. No se es niño ni adulto. Se puede serlo todo y no se es nada. Empieza la cacería sexual en la que se es perseguidor o perseguido. La música expresa mejor que cualquier otra cosa los deseos y temores más oscuros e indescifrables, los desplantes y arrogancias, las alegrías y las mitificaciones. Se quiere la independencia pero se es incapaz de valerse por sí mismo. Se busca la autoafirmación pero el espejo, la familia, la iglesia, la escuela, la calle y hasta los amigos y las amigas parecen cuestionarlo todo, ponerlo en duda, bromear de todo, inestabilizarlo todo. Se inventan mitos porque se necesitan para poder guiarse en el caos ingobernable que nos acecha. Se inventan pautas de conducta porque los temperamentos oscilan terrible, violentamente. Despiertan nuevas energías y el cuerpo cambia y no se sabe cómo preguntar, pedir ayuda, o se quiere pedir consejo y no se sabe a quién, no obstante que se necesite a alguien urgente, angustiosamente, y a veces hasta con desesperación. Parece saberse mucho acerca de esto, pero poco se dice, pues sobrevive la idea ciertamente mórbida, de que todo, absolutamente todo, debe ser cabalmente experimentado. Es la adolescencia y son sus ritos de iniciación.
Antologias : Gustavo Sainz (Seguir leyendo)
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